Lo que imagino no es un nuevo color
ni un aire distinto ni otras voces calladas.
Lo que imagino ya está aquí,
en el rostro de los edificios,
en las calles sin lengua,
en la piel de este mar que late.
El regreso es una canción olvidada,
su huella desvanecida titila en la sombra
como un caracol perdido.
Solo la raiz de la memoria dibuja un crepúsculo
en la vaga presencia de los lugares conocidos
que desoyen lo frágil de los paraisos sin eco
más allá de la alegría de saberse hoy
en el reencuentro mágico de un eclipse.
Hay en mis olas un refugio
que aviva con su sed
los desnudos ejes del pasado.
No basta con descubrir la luz perdida
en los labios de la madre,
ni el estalllido del perfil
cuando la figura jamás olvidada
vuelve a ocupar su halo
entre la multitud rota.
No, no basta con el hilo que me acerca a la penumbra,
ni la somnolencia que barre de los ojos
el ansia y el deseo de no ser yo
o ser piedad.
Sin la deriva no existe
la mágica esperanza del retorno.
Yo sé que en mi ya estaba tu voz
como un recuerdo indeleble
de sangre y lujuria,
como las luces de una ciudad
que parpadean
bajo la niebla azul del solsticio.
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