martes, 9 de septiembre de 2014
Hacia Lisboa
Es curioso viajar en un tren dibujado. Pareciera
que el paisaje ignorara su nombre, su exactitud
o su muerte. Pero hay un destino que ama la luz
y un silencio de estatuas encendidas y esa geometría
que anuda las calles con calor y misterio, con
seductores caminos de ambivalencia y tránsito.
Otra vez aquí, donde la llama es un ejército de tejados
desvaídos, donde el murmullo es un pájaro que sobrevuela
la calima de un mar rumoroso, donde los puentes
sacrifican la armonía de los hierros por un cálido
abril de inmaculado color. ¿En qué lugar las palabras
se asoman a mosaicos de azul, como una torpeza
de corolas o un mágico artificio de pinturas breves,
lujo del ayer en la iconografía sin fe?. Hay otras
ciudades en la ciudad blanca, el enjambre de unos
arboles cautivos(su voz, su abandono de serenidad,
de música o ausencia). Y más allá el mar como una
pregunta infantil y ese acomodo de los cuerpos
que se sienten vencidos y buscan la señal, la cicatriz
de los turistas fértiles. He visto tranvías desolados,
vacuos como un ataúd sombrío y he comprendido
que su nieve es un sol, la raíz de este silencio
que me habita entre los gladiolos y las rosas,
entre mi yo y mi designio. No existen dudas
para quien el espejo del alma es una prímula
que arroja su virtud y se entrega a la magia
de las plazas que una vez han nombrado su ser.
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