sábado, 13 de septiembre de 2014

Estampa



Es inútil no navegar mientras camino. Coloridas
losas, como delfines alegres, me llevan hacia
la incógnita de las plazas, el sueño intacto
del rubor desordena allí la incomodidad
de los relojes, el mármol ya no es altivez
sino palabra rumorosa, secreto compartido
entre pájaros sin nombre y rejas de rebuscada
anatomía. Esta ciudad ama los recuerdos
y se exhibe con sus herrumbres cansadas
bajo un sol tranquilo en un frío mediodía
exhausto donde silban las viejas canciones
su melancólica herida, donde los tejados
se abren a la luz como una flor desvirgada
por el lento vahído un mar rítmico, insolente,
neutro. Hay demasiados ojos sin paz tras
las cortinas rotas, los niños juegan a ser
héroes, con sus troncos desnudos y sus labios
azules ríen cuando pasan los tranvías con
su extraño quejido de hembras ausentes.
La tarde es un cálido eco, su quietud me invita
a la añoranza, a la fragilidad, a la locura.

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