Hay un descenso inevitable que se llama vida.
La tuya que fue junco
en la atmósfera del carmín
y la penumbra.
La que vino después como un alfil de ensueño.
La perversión es un núcleo aislado,
una locución sin eco en los laberintos del dolor.
Tú has sido tú hasta siempre, en los anillos del tiempo,
días demacrados junto a al memoria del mar,
oídos sordos que aman al príncipe
y no auscultan la sed
de una rama caída.
Desde la temprana efigie del mandamiento
los hogares han roto el candor de los espejismos.
Mi llavero anuncia casas desvaídas,
un ser náutico entre el abismo y la edad
que llora inválido
en sus metros cuadrados
de soliloquio encendido.
Los penúltimos perfiles reproducen el camino del ayer,
su sombra deja de ser hospitalaria,
sus cálices son la ruptura de la muerte
bajo el rostro infantil de la nada.
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