Si yo vivo es por no abrir las llagas del azul
en mi nombre, epitafios ajenos a la luz lloran
sangre sobre las lápidas del escritorio. Vencido
el sol, la paz impenetrable, las aristas del refugio,
un ciempiés que diseña las arterias de la vida.
Y la sensatez que no ha dejado de ser un ojo
distraído, y los números sin regreso, los paisajes
cautivos, las palabras que circularon más allá
de las voces ciegas de un latido. Mi oscuridad
cruje como un tronco sin matriz, su altitud
cae y recae sobre una nieve sin horarios,
su lunar asombra mi piel, quizá desvencijada,
quizá proscrita. Desde el ayer, la sombras
me ayudan, su diapasón es alegre cuando
baila la sonora cicatriz de los días muertos,
el danzar de un réquiem en el gris del olvido.
Si vuelves será sin ti, Ulises de un tiempo
irreal, microcosmos de islas inventadas. Tu
propósito es un delfín que ignora los mares
y ríe, inútil, imperfecto, como esa Itaca que
ya no es tu virtud, que ha volado entre tus
pasos de nauta y el tesoro que arrojas a la luz
como un viejo alquimista.
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