Yo te espero, si, como un perdón
o una vuelta atrás, efímera.
Porque nada hay que decir
cuando las cosas suceden sin voluntad,
sin ardid o sin conciencia.
Me diste un hogar,
un espacio alegre que vistió mis galas de paraíso
y puso un nombre a la aventura,
a la candidez
y al deseo.
Me regalaste una libertad sin heridas
y ese poso de melancolía que aprisiona los cristales
y sueña con planetas deshabitados
en la cintura fértil.
Gracias por ser el eje de este misterio
al que llamamos vida, gracias por tu cálida de voz
que arrulla el frenesí de mis convicciones.
Gracias, sobre todo, por el amor
que en cada párpado derrama tu fe,
tu fe redentora,
tu fe que ha sido flor de aliento
en mis días difíciles.
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