Aún me sorprende la cálida luz de un sueño.
Cerca de ti, como un astuto lince que soñara
tus enaguas entre la dulzura de las amapolas
y los espejos sin edad de las cornucopias. Como
un eje en el espacio de la aurora, ya de ti, círculo
de otro rubor, hemisferio de las blondas, organdí
del silencio. En el microscopio de tus volantes
una brasa de carmesí, el lino y el tafetán,
los bibelots que suenan en la amarga duda
de un beso. Mira el ojo gris de la red,
la verdad oblonga de los ribetes, el azul
remarcado de las cintas de terciopelo, el oasis
de las grecas en la deidad blanca del armiño.
Y el sol de noviembre en los encajes rubios.
Y la curva y el surco, los rombos y la espiral
de letras doradas. Un vestido que luce la argucia
del tímpano, una kermés en el cuerpo ceñido,
las glándulas de la piel abiertas en un candor
de ninfa adolescente. Piensa que el color te viste,
que la piel es un templo de días diáfanos, donde
el poso de la virtud descubre su nido. Hay un don
que nos hace mariposas, abril holgado, misterio
que encandila la raíz del hoy, su premura.
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