Hay un momento
en que se cree que todo es posible.
La razón se adorna con flores blancas
y se construye un mundo
bajo la fiebre de la irrealidad.
Entonces otra vida nace en ésta,
rutas innombrables,
espejos que borran el artificio
como cráteres de agua,
verbos que se anulan en la metamorfosis
no soñada de un delirio.
Y surge la duda,
y la memoria resucita con paraísos imberbes,
con viajes amarillos en la plenitud de la alegría,
y te aferras a las pequeñas cosas
que guardas intactas en cajones rotos.
Y cuando, por fin,
contemplas tu rostro fugitivo en la prisión del cristal
no ves la renuncia de un sueño,
solo fuertes pilares de penumbra
que sostienen la debilidad del hijo,
el amor pálido de una madre,
la fuerza silenciosa de un mar
que descubre su propia sed redentora.
Y te dices que ya nada distinto es posible,
porque lo real, simplemente,
era esto.
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