martes, 23 de septiembre de 2014
Una pasión cumplida(relato)
A ella le encantaba tomar el sol. El de la mañana, el del mediodía y el de la tarde. Su piel había adquirido una tonalidad permanentemente marrón, un bronceado apagado, como de pátina vieja. Las arrugas se anticiparon al marchitar de la edad dejando en su cara un rastro de juventud herida. Cuando se pintaba los labios de rojo pasión y se rizaba el pelo se diría que había cambiado de raza. Era solidaria a su manera con los pueblos oprimidos. Con esas querencias a nadie extraño que se liara con el nigerino que vendía quincalla en la esquina de su calle. Era un negro alto y bien formado, que vestía camisa con los llamativos colores de su nación, y gorro del que colgaban espejuelos que brillaban como diamantes pulidos:
-“tú comprar, ser bonito, barato, pero no bueno”- la abordó el nigerino con sonrisa marfileña, enseñándole un ídolo de madera en postura de bailar alguna danza ritual. “Ser el dios de la lluvia, yo decir que aquí no ser bueno porque llover suficiente. Vosotros necesitar a dios sol”
Ella se le quedó mirando y le preguntó con retintín:
-¿y tú tienes ese dios?
-“no-dijo asombrado el nigerino- mi país ser seco como desierto, pero yo ser tu sol si tú dejar”
No le quiso responder y siguió su camino. A la mañana siguiente volvió a pasar por el mismo lugar y el nigerino la llamó:
-“eh!, tú, poder venir un momento”
Dudó, pero al final se acercó
-“mira, tu dios sol”-dijo mientras abría la mano y le mostraba una fotografía suya tamaño carné.
Ella se molestó,
-¿esa es tu forma de ligar?¿es que me ves cara de idiota o qué?
-“no, no, tú no enfadar, a partir de hoy yo proteger, para ti nunca más llover”
-“este tío está loco”- pensó mientras se volvía con desprecio-,pero ¿y si fuera cierto? ¿Y si fuera un chamán milagroso capaz de crearle un espacio de luz eterno?”La loca eres tú por pensar esas cosas”- acabó por decirse y continuó.
Pero, he aquí, que un día borrascoso de nubes plomizas y llovizna caprichosa, en el que caminaba pegada a los edificios, sorteando los goterones que inmisericordes trataban de sorprenderla, una mano de hierro la atrapó y la metió de un salto en el portal más oscuro que vio en su vida. El silencio angustioso del zaguán lo rompió una voz cavernosa que le decía: “tú mirar techo”. De repente un globo de cristal blanco que hacia de lámpara fue adquiriendo un tono amarillento cada vez más intenso. No se le podía mirar de frente sin cegarse y ella notaba en la epidermis un fermento de ardor creciente. “Yo ser hombre de palabra-dijo la misma voz rotunda-, éste ser tu sol”. En efecto, aquello era como un hermoso astro solar en miniatura, miró en derredor y se sorprendió al ver una fina capa de arena en el suelo, el continente era circular y estaba bordeado por pequeñas palmeras datileras. Acostado bajo un parasol, con la cabeza sostenida por su codo derecho, el nigerino, desnudo como dios lo trajo al mundo, bebía agua de coco plácidamente.“¿tú querer?”- le ofreció. Ella, sin decir nada, se acomodó a su lado, se desnudó y bebió con gusto porque el intenso calor le había dado mucha sed. Estuvieron así varias horas hasta que se agotaron los cocos. Al salir de nuevo a la calle se los pudo ver abrazados, él la protegía con una sombrilla multicolor de un sol inexistente, mientras ella buscaba en el bolso las gafas ahumadas.
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