Yo la quería dócil, vestida de bruma,
pero no, el verano puso en las fachadas un barniz de luz,
ausente el color mate en la húmeda piel de los edificios.
Llegan a mí los sonidos que se repiten como una letanía,
el carillón eterno con su melodioso canto,
el rumor de los canales cuando cruzan
bajo el puente los barcos azules y rojos,
el golpear de los zuecos sobre los adoquines...
Y ya no soy el visitante, soy un aire otoñal
que se posa en los tejados a dos aguas,
que es nieve en la canícula, que cae como lluvia
sobre la memoria del presbítero,
que desnuda su edad para ser un pájaro que ora
porque quiere volverse piedra,
testigo inmóvil del flujo constante de los relojes,
sed viva que resiste al devenir de la muchedumbre
como un árbol resiste a la inclemencia
por mas que los siglos intenten desgastar su frágil naturaleza.
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