A treinta: mi coche va por una calle transitada,
como es un animal bien adiestrado
comprende que debe ir lento,
niños y ancianos en las proximidades,
encima es hora punta.
A sesenta: núcleo urbano en carretera de dos carriles,
hay que reducir velocidad
-cuando el motor se desperezaba
y más alegre parecía-
peligro de sanción.
A noventa: esto ya es otra cosa,
cambio de cuarta a quinta
de quinta a cuarta,
lo hago solo por fastidiar un poco
y hacerle ver
a mi bravío caballo de metal
que aquí el que manda
soy yo.
A más de cien: el coche ya no es un coche,
es un halcón que caza kilómetros,
nos dirigimos veloces
hacia un lugar escrito con letra blanca
en los carteles azules de la autopista.
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