El devenir insomne, los restos como escamas a su lado
de lo que fue duro mástil de vida, la virtud y el aura
infantil en los ojos, la agilidad del felino que no huye,
disfruta del veloz tránsito hacia el olvido, sin tiempo,
sin noche, todo luz de rayo por las calles efervescentes,
todo un agitar de alas sin ser pájaro, un desnudo de piel
suave y niña, un resplandor en el sitio que ocupa el corazón,
en el pecho, allí donde aún resuenan tambores y címbalos,
en el espacio indefinido que habita la senda del futuro;
y cómo danza su cuerpo, derviche en círculo, vaivén
que asoma sin destino entre espejos de bruma, que no
tiene raíz, que vuela como delirio en el pensamiento fugaz,
que es ardor y llama y pábilo incandescente, que existe
y ya no existe porque alude al ayer y alude al mañana
en el mismo hoy de la consciencia, porque ya solo se ve feliz
en las fotografías y aún admira la multiplicidad que desdobla
su nombre sin morir, porque ya es viejo y no logró guardar
en una esfera los minutos blancos de la inocencia,
porque, en fin, ya decae la luz y entre sombras solo
consigue ver cómo se aja la flor de su esqueleto.
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