Esa sombra de lo inverso en el cáliz que recoge
la gratuidad de la sangre, un alfiler que niega
la virtud al clavar el fino acero en la palidez
de un rostro que no mira al horizonte lejano
del porvenir, y es que ya no vibra el misterio
de los músculos, no late la pasión ni la flor
de la alegría asoma a unos ojos que miran sin ver
la belleza que rodea la visión en penumbra
del día, languidece el tallo de la juventud,
la esperanza es un árbol que llora la caída
hacia la raíz interior donde el silencio se ha
convertido en mar y no hay un faro que alumbre
las horas que vendrán porque lo que llega
es una música de pífanos tristes y la melancolía,
como un féretro blanco que se abre a la bruma
del los atardeceres declina hasta que la noche
pone en los labios una mudez extraña, un sonrisa
que añora la infancia perdida, un claroscuro tenaz
que se alza como nimbo y circunda la orografía
de la piel, el contorno de un cuerpo casi inmóvil,
sin la llama en el corazón, sin el impulso ágil
de la vida fluyendo por las venas hasta la risa
y el abrazo, la ilusión y el amor ausentes
del innombrable cristal donde no ya se refleja
el ángel que dona sus alas a quien con valentía se ve
en un oasis de luz que ilumina el perfil irreal de sus sueños.
 
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