jueves, 24 de abril de 2025

La habitación

 

Este es mi nido de cristal y luna donde riela la noche

y en los ojos baila el arlequín la danza festiva de los sueños.

Sin sonidos, como en una pecera sin peces, el sol de abril

dibuja en los espejos rayos de claridad insomne

mientras duerme la luz artificial en la corona de la lámpara

con su radiante lluvia que caerá en rocío

sobre el mar de caoba que sostiene la piel omnímoda del suelo.

Tapiz que se enhebra como teselas de un mosaico

donde rumian mis pies desnudos la melancolía de las tardes.

Vuela el insecto en ondas, en círculos, desconoce en qué ruta

hallará el azúcar del tedio al final de sus tres días de vida,

mientras yo con solo una mitad de mí reflejada en la faz del espejo,

quieto como un dosel, delgado como un pedestal de carne joven

ignoro aún que en el futuro volveré a este mismo espejo

para ver la cada vez menos longitudinal estatura

de mi cuerpo, aparentemente enhiesta, pero no, al contrario,

aproximándose a la caída, sin alas, sin el vuelo de la ilusión

como un cenit, sin la luz de la gran ciudad iluminando los autobuses rojos,

las aceras solitarias, el etéreo bulevar donde ya no crecen los plátanos,

los semáforos con sus ojos tricolores que parpadean como niños

ante el asombro de un regalo-la ilusión de las navidades infantiles-

desde la cama a la que no llegará tu nombre,

desde la luna del armario, húmeda igual que una boca ávida de amor,

desde el crepitar del parqué, música fiel a mi estrecho confín;

y tus golpes tímidos en la puerta, los libros escondiéndose de la luz

y una cómoda sin ángulos, roma como el pulido mango de una pluma

con la que escribo estos versos que invitan al silencio

cautivos de esta tinta gris-azul tan semejante a un cielo triste.

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