Cómo crece la luz en el horizonte mientras aquí
se escucha el fragor de los cantos con los alfanjes al sol
y la mancha multicolor que se aproxima desde la distancia
como una gran serpiente azul y roja.
En las almenas el viento norte agita los estandartes,
en posición las ballestas, las mallas brillan en la faz de los pechos,
la túnica blanca y la cruz del templario, mi señor en lo alto
de la torre observa, como un vigía, el avance musulmán,
la espada aún en su guarda espera el tajo sangriento.
Él es adalid de Castilla, honor cristiano de roeles,
león de viejas fauces que defiende la religión verdadera
ante al enseña del infiel.
El aire de febrero con su frío de navaja muerde los rostros,
en los adarves ya humean los calderos de aceite,
la infanta en su alcoba sucinta reza bajo la cruz
con el breviario entre las manos;
en cada tronera un defensor, las galerías rebosan de hombres
preparados para la lid, el foso y delante un grueso muro.
Es posible que la batalla dure hasta que el sol decaiga,
las trompetas avisan de la proximidad de la caballería,
detrás los aguerridos almorávides, con nosotros la luz de nuestro dios,
la fe en la victoria, el resguardo de la piedra nos ampara.
Es segura la fiereza del encuentro, sobre el matacán
observo arremolinarse los pájaros que aguardan la sangre
que se derramará por la llanura como una ofrenda cruel
a la gloria impenitente que marcará un nuevo hito
en el acontecer de la cristiandad.
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