En la ajada noche soy sombra en el espejo,
sin verme sé del rastro fugaz que dejó mi huella
en los bordes de un camino que fue borrándose
como nube que pasa ágil bajo el imperio del sol,
humo que desaparece cuando los ojos regresan
del olvido y miran el revés del tiempo, fotografías
tenaces en los cajones sin abrir igual que islas
en el mar de la ausencia, cosas que permanecen
y niegan la herida, eclipses que ponen negrura
en la claridad cada vez más despojada de aliento,
la fe del mártir empeñado en sentirse volcán
de fulgor bajo el páramo de la piel mientras
las agujas de un reloj clavan su hostil alfanje
entre unos hombros que ya no son capitel
de un pilar que la lluvia ha erosionado gota a gota
-como si fuera el flujo del agua por el ojo de la clepsidra-.
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