Oh! lágrima que como un orbe traslúcido reflejas la caída
en tu irisada memoria de ángel, duele la perdida paz
del niño que jugó con los alfiles de la ternura, la madre
que arropa los sueños de un porvenir donde la ilusión
tiene alas descubre el frío de la nieve en su hogar
de cristales rotos por el aliento de la pobreza;
el huésped de la noche pisa los charcos del silencio,
arrastra su luna como un exilio por las calles sin fin
de los dédalos, le pesa la quietud de los pájaros
en su abril oscuro; alguien ha perdido un alma
tan próxima a su sombra que es como si hubiera
perdido el revés de su alma, y hay un incomprensible
dolor en todas las lenguas que no dicen nada,
en todos los cristales donde se mira el tiempo,
en cualquier habitación abierta a los días que lloran,
en la cruel ambigüedad de una voz que oscurece esa luz
que nos sirve de futuro; pon tu mano, oh! ángel en la tez
de la espesura, convierte en flor de esperanza el lamento
del proscrito, sé por una vez la caricia que consuela
a la lágrima, regálale al que sufre un óbolo de paz.
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