Ordenadas como hormigas al combate, caen,
son señales de morse que deletrean el aire,
nunca curvas, afiladas en su manto líquido,
rumorosas sobre el árbol, tímidas sobre el mar,
dueñas de los tejados, brincan en la uralita acanalada
como ríos de locura, forman charcos
que querrían ser cristal de mercurio,
longevidad de piedra en sueños atemporales.
Su simetría de órdago bendice la panoja, el trigo,
la semilla en el surco que labró una mano ajada,
se sabe efímera como un aullido,
siempre adolescente
pues su ciclo de vida es fluir entre la nube y la tierra
como dadiva fértil, como canción de luna.
Me arrojo a la noche del aguacero,
en mi faz la jauría del agua,
en mis ropas los ríos tenaces
que caen,
sin alas de ángel,
sobre la sed de los adoquines,
sobre mis zapatos navegantes
que ya no recuerdan
de qué color
era
la sequedad del estío.
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