La textura amarilla del cartón,
en su eje la tinta traza los ríos negros de una máscara,
es mi llave hacia la noche, la orilla del ocaso.
en su eje la tinta traza los ríos negros de una máscara,
es mi llave hacia la noche, la orilla del ocaso.
La moqueta y el papel pintado,
hojas de acanto o gules sin color,
grecas en el sur de la habitación
como laberintos en un damasquino.
Hay mensajes en las caderas de Milagros
al fluir con voz de pájaro
por el pasillo del minotauro.
Y una luz de Persia en el atril dorado,
una mujer de Escandinavia en la foto de un álbum,
geografía del tiempo sin persianas
entre los istmos de mi cama.
Entretanto, la luz es omnívora,
no descubre el ojo que mira a su revés,
no sabe que los oráculos alzan al cielo
calendarios astutos, designios de cartón piedra,
largas columnas de azabache.
Tintinean las medallas,
sudan los libros su historia,
el perfume llega en un frenesí de flor inventada,
es un ardid la boca que se abre como túnel de arrabal.
En los cajones de malaquita hay supervivientes de un tiempo sin mapas,
objetos impares que desconocen su hogar.
Si me dijeran que la luna finge ser dios lo creería,
lo mismo que creería que los cuervos son el ópalo gris
donde grazna mi ayer, sin ecos, sin coros, igual que un códice inútil que nadie lee.
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