La puta de medias de rejilla se exhibe
junto al parteluz de la plaza, un cigarrillo
en la boca carmesí, los senos tan procaces,
tan bravíos, como astas lúbricas. El bolso
rosa, los zapatos de aguja, la falda negra,
mínima, de charol, voraz y altiva, como
una mantis de la noche. Y, sin embargo,
triste porque siempre quiso ser día.
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