Pinto leones en tus nalgas de espuma, late el mar
en el ocaso, fríos árticos se posan al bies del cantil.
De la negritud no existen huellas, podría el perdón
dibujarse en banderas que no mueve viento alguno.
Se derrama el cardumen de este músculo acuoso
sobre la incógnita del tiempo y los laureles fingidos
de la primavera. Qué astros habitan en tus ojos navegantes,
a que sazón debemos el fruto de la estela, la ráfaga
de algas
que tu cuerpo híbrido va dejando, surco de olas, en la
piel
antigua del océano, en el temblor de su vestidura, en
el anillo
de mi cabo que no sea ata al miedo de tus consignas,
ni fluye
como un abril en los espejos náuticos del firmamento. Solo
quien
regresa a la isla perdida recupera lo que una vez fue
su presente.
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