El silencio del camaleón avanza por la cuna de la luz,
verano en el cielo, la lluvia recién caída sobre mí
despide un aroma a álgebra.
verano en el cielo, la lluvia recién caída sobre mí
despide un aroma a álgebra.
Hay una rodilla en tu vientre,
fósil como un risco en el costillar de la inteligencia.
Te mueves hacia la luz igual que el haz prístino de un candil
cuando las lagartijas de la tarde ya vacían sus orines
en las puertas del óbito.
Hiede el sudor de los jardines con ríos granates en los pétalos,
un canto de luciérnagas en flor precede a la noche,
impertérrita y pura.
Qué aljibe te nombra entre las luces viajeras,
qué latitud sin ayer repta por el eco de tu garganta impar,
adónde el regalo de las mariposas en tu latido de leche,
de ánfora núbil, de primigenio semen en el bronce de tu piel altiva.
Un destello púrpura en la sed de los cristales sin voz
que se dejan amar por la luna en duelo,
encendido crepúsculo con hojas carmesí en los párpados.
Ya ves, no es tan difícil navegar por la herida de la luz,
porque los fantasmas oscuros son mortales,
como tu cuerpo que envejece cada vez que das un paso virgen,
con el adiós de tus omoplatos redondos, mirándome,
ajenos al hostil plenilunio
que mata a las abejas azules
del sarcófago que soy.
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