Escucha mi desazón cómo nieva en tu rostro,
cómo cae sola, sin alas, en subterfugio de lluvia,cómo muere en tu piel átona. Igual que un ojo triste navega
entre oráculos de tiempo, igual que tu senectud reverdece
en la orilla de abril, con pámpanos floridos, con parras
de uva fresca, con racimos en las nubes de salazón
sobre el mar de tus ojos, la candela virgen de este
horóscopo que invoca al destino igual que una voz
desde la sima, voz de geiser que quiere ser luna,
voz atlántica en las olas del reencuentro, voz
susurrante de oración, voz de alcoba que no
atraviesa las sílabas de la noche, sino que clava
su golpe ardiente en la metáfora de un sexo fértil.
Todo es un azúcar que se derrama en el desnudo,
caramelo de ámbar sobre la pátina redonda del pecho
intacto, la iconografía de las axilas, su vello mineral,
el sudor vigilante como un ojo de agua pútrida, centrada
en ti, en la sinuosa cadera que se ancla a la sábana como
una isla de carne en llamas, como el volcán tierno que llora
con lágrimas de esparto, mientras la claridad del día cubre
los visillos, los espejos, tu desnudez de hembra en sacrificio,
los aretes en las areolas, abalorios de la resurrección, símbolos
del éxtasis que yo muerdo con mis molares de nácar, hasta sentir
la filigrana de un grito bajo el pezón que emerge como una pulpa
prohibida, como una flor carmesí que, en el vértice de la noche, estalla.
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