Un vendaval de hojas caducas llega a mi corazón.
El pálpito del frío en la piel y los ojos blancos
de preguntar, inútilmente, por la luz.
El ocre y la verdad de los números, el agua arrebatada
por la escarcha indómita, un sueño de humus en el vientre.
En el sur de los otoños vive la canción de los amantes
-niebla sobre los puentes, farolas de un amarillo sin color-
les vieux amants ,quizá, al recordar el verso de un acordeón sobre el río.
Mi voluntad en noviembre es un árbol dormido en abril,
mi cartografía la floración del bosque en la frágil madurez del helecho.
Otoño en las pupilas viejas, rotundidad de frutos en el amanecer de la bruma
silencio de ramas rotas junto a un cauce que brilla hasta morir.
Abrazo el tronco de muescas invisibles, aún le debo el orgullo
de saberme gloria húmeda de un confín perdido, fuente
que en su misma savia reluce como una lágrima de miel.
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