La mirada busca los espacios pequeños que no cambian.
Los ritos, los hábitos, la memoria siempre encendida
y tu presencia de estatua
junto a mí.
El paisaje vela los ojos
y se reconoce el alba y el crepúsculo porque son hijos del tiempo
ya vivido.
Al caminar los pasos desandan los otros pasos más ágiles,
más ausentes de sí.
Todas las palabras se acumulan como sedimento
de frases ya oídas o dichas con el énfasis de la virginidad.
Lo nuevo en mí es el recuerdo con sus metáforas dulces,
cuando te arropo en tu cama envejecida
aún veo a través de tu piel
la crisálida del ayer,
tu juventud, la ilusión desperezada
y aquel grito del fuego sobre la nieve.
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