Yo sabia que el perfil de una isla no es su corazón.
Por eso dibujé sus orillas como ríos imperfectos,
su selva como un dominio de infantiles criaturas,
su desnudez al sol como un hogar perdido.
Iba sobre aviso, desde los copos del invierno,
tras la fulgurante sed de los trenes,
hasta el yo mismo que se descubre lejano
en la gran ciudad nunca olvidada.
Y, de pronto, los pájaros crecieron,
su sombra visitó la arena
donde hablábamos del destino de otros
en páginas gastadas por las lecturas
y el deshonor.
¿Será que dos almas se reconocen en los silencios
y buscan estratagemas de soliloquio,
infinitos aullidos que se vierten hacia el ser?
En mi memoria las islas son como un saludo o un adiós.
No distingo su noche ni su día,
ni sé si viví en su raíz
o me pueden los ecos que ya son penumbra
o delirio
o la nada escrita en un talud.
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