Aunque el mismo rostro se mire en dos espejos aparentemente iguales nunca podrá sentir el don de la unidad. Es como si ese rostro se reflejara por una vez en el flujo incesante de un río y por otra vez en las aguas calmas de un lago. Quizá reconociera en su superficie la similitud de un perfil, pero nunca entendería la doblez del espíritu que forma su ser.
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