Hay tantas llaves, tantas que no cierran.
Cada día desnudo mi cuerpo
sin que nadie vea su desnudez.
Son flores que no crecen
mientras la rubia sombra enciende los párpados del deseo
en misterios y añoranzas que se muestran.
Mis años están ahí
como un cristal que va formando las capas de un nombre,
mis años son un reloj que me envuelve
en su adiós de serpentinas que lloran.
Casi siempre paseo los bolsillos en mis manos,
me siento ola que se retira a su hogar sin fondo,
pájaro que no encuentra la razón del orgullo
en el vuelo uniforme de la jerarquía.
¿Existiré como un ave frágil entre naranjos
que llueven frutos bajo las pétalos de la adolescencia
sin que se pose en mi la mirada blanca
de la felicidad?
Cuando el enjambre de las cometas nocturnas
me corona con el círculo de la mudez
yo sobrevivo como un azúcar fósil
que no conoce el verbo más antiguo,
la rosa azul que inocula su verdad
en mis ojos que atisban de pronto
al que seré.
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