Es curioso el perfil del agua.
La misma luna no puede interpretar la hora
en dos ciudades, en dos azules,
en dos heridas sin latitud.
Existe en los paisajes un sol oculto
(más allá de la lluvia, de las nubes cansadas,
del ogro que vence a la tarde
cuando el repiqueteo de los canalones
es una canción antigua que se instala en la memoria
como un jardín prohibido).
Siempre quise que las huellas no se adivinaran,
el misterio con sus alas blancas
podría entonces encender las cúpulas,
ahogar la virtud con el sonido de unos pasos,
descubrir que en los lugares se percibía ya
una sombra de cuerpos que llegaran
hasta la caricatura de los diálogos
o la mirada absorta de las encrucijadas.
En esta gimnasia no viven rotondas
ni la caricia del frío se arrodilla volátil,
solo es una vana cicatriz
en el episodio de este encuentro.
¡Qué sobreviva el sol sobre las galerías eternas,
que el mar ame al fin su sinfonía de faros
y que no seas tú el imán perdido
que me atrae hacia la luz opaca
de esta techumbre rota!
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