martes, 5 de abril de 2016

Tu andar



Aquella sombra no te perseguía,
en la memoria de la calle,
en el rubor de los cristales
que vigilan tus rodillas
desatentas al paso estéril de los semáforos.

“Sueña el pájaro con ese mismo árbol
que es su morada, su noche y su muerte”.

No es un camino lo que recorres,
son las avispas del tiempo
que quieren las celdas de tu falda
o vencejos que lloran en sus picos
la magia de un roce con la arquitectura
que alejas en cada elipse
de tus botas de caucho,
en los labios que crecen hacia la esquina
que infinitamente te busca.

Ah, sí! las farolas
y el aullido de este cine
que fue estertor de encuentros
en las tardes de adolescencia.

No cruces con la magia de tu estela
la iconoclasta sed de los escaparates
(ese ama los vidrios y rehuye la noche,
el otro dibuja profesiones
sobre esqueletos de plata
que cuelgan en los ojales vespertinos
como un recordatorio del no ser
y la casualidad).

Prosigue, como un ejército que deslumbra
con las diademas y el tibio relucir del ámbar
en tus lóbulos de amapola.

Concédeme, si lo deseas, una armonía
que consiga entender el diapasón de tus piernas
para que yo escriba lienzos de río
en la única verdad que me impulsa:
tu sincronía grácil de mariposa joven.

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