No quiero volver a donde ya no estoy. Hubo
un tiempo en que la piel de la casa era mi
memoria. Yo escribía paredes, marcos, grecas,
palabras que encontraban una boca familiar,
abrazos en los relojes, multitudes en los espejos,
soledad en las alcobas... Hubo un tiempo en que
me vestí con las fotografías y los libros que poco
a poco fui comprando, con las huellas de la meditación
que dibujé en los cristales, con frases heridas o sueños
que palpitaban en los bordillos de la edad. No deseo
volver a donde ya no estoy. Nada pervive en el tacto
de las porcelanas ni tampoco en el perfil de unos
muebles que no me reconocen ni me añoran. Ya
no hay nadie aquí, ya nada significan los pasos
que recorren este pasillo que me devuelve a la luz
de un vacío, a un portal que me despide con los ojos
cerrados y su corazón en la espalda.
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