Sí, la mesa es el mapamundi de los cuerpos.
Tú sientas tu voz
junto a la boca que te conoce,
frente al cristal que no te ve
en el mediodía de los manjares.
¡Qué armonía de lo intacto, qué sinsabor de la quietud,
qué palidez de cigüeñas en la porcelana de los platos,
en los cirios que no tienen color, en las servilletas
sin el perfil de un signo!
Hablan los cubiertos su sinfonía de metal,
dicen que ayer ya fueron príncipes
de bacanales antiguas,
que no existe un parpadeo
de frases que no conozcan,
que los ritos ejercen una inmanencia de azúcares
o un alegre gesto de vinos
que se alzan hacia el hoy
como estrellas sin ceremonia
o vínculos artificiales que son olvido
o mirada.
El adiós irrumpe con campanas rojas.
Que resplandezca aquí
la transitoria majestuosidad del instante
que se desangra en la raíz de los nombres,
en la similitud de unos rostros
que ya han dejado de conocerse.
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