Aquellos giros de serpentinas y guirnaldas,
sobreviven como cometas
que no olvidan su órbita
de bienaventuranza.
Son imágenes que fulguran
en la sinapsis del recuerdo,
brillan sin testimonios,
encienden las horas grises
con los albores de mañanas
que nunca se marchitan.
Yo podría nombrar sus ejes:
la inútil somnolencia de aquel tren
donde dormía tu pasividad,
el devenir de los dibujos animados
-antes y después, después y antes-
de mirarte en tu dinámica de flor con alas,
en tu escondite de fantasía,
en tu espejo indolente de hembra en tránsito.
Y también el jeroglífico de un mantel
donde depositabas la interrogación amable,
a pesar del desdén del color,
el aroma que retaría tus iris
ya para siempre blancos.
Para mi es otra la idolatría,
porque sé que la necesidad se escribe
en renglones azules
para que tu no estés,
para que yo esté.
¡Qué pálida la orquídea que se acuna en tu cuello!
Ayer conocí la reverencia con que inclinas
la frágil silueta de un lienzo.
Tú, como yo, vives en la mentira,
tú en la tuya, yo en la que me dejaste
al volver tu rostro
hacia los faros incólumes del olvido.
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