miércoles, 20 de enero de 2016

Nocturno entre San Miguel de Lillo y Santa Maria del Naranco



No sé,
es reconocer una huella,
volver a su sitio el juguete, la noble frente,
el espinazo erguido de la edad.

Mi asombro es lunar, giro sin amanecer en columnas,
sueño con sillares limpios y robustas espadas
y también con aromas de narciso
en los volantes de la reina.

Qué espacio tan dulce, qué memoria de pronto verde
en el ojo de qué pájaros.

Aquí no hablan bocas de jengibre,
aquí los medallones son la testuz del invierno;
campo herido, febril,
sueño de dados sin nombre ni herencia.
¿para qué la malla, el yelmo, la reja de un diamante?

El valor tiembla en el alvéolo de la música.

Son palacios sin duende, espejismos regalados,
lluvia que amortaja los caminos,
escenas de un soliloquio perversamente distinto.

He viajado siguiendo al lobo,
el horizonte carraspea como una mina socavada,
curiosos jardines sin luna
alimentan esta noche
la dimensión omnímoda del tiempo.

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