sábado, 2 de enero de 2016

Fin de año

El que espera cree en la risa del agua,
en la casa engalanada,
en el misterio de nacer y renacer
en si.

Luces que han heredado el amor de los vigías,
música que es un ritmo de zambombas y pasión,
cálices que no atisban el vino del ensueño.

La navidad es un soplo de alegría
que revierte en los cristales,
cruza bosques,
se ampara en las estrellas
de un abeto insomne.

Resulta un artificio
la infantil serenidad de los juegos
cuando la oración crece en la siesta de la tarde,
sobrevive a los murmullos del cántico
y se eleva hasta los círculos de la fe
con la gloria de las copas alzadas
hacia el destino
o la luz.

Bebamos, pues, la noche,
que los cuerpos suden la vida,
que bandadas de pájaros rocen la alegría
de saberse futilidad efímera,
claroscuro de estallidos
en el frenesí del alcohol.

Escucha cómo el champán añora los ecos del reloj,
se sabe refugio, soledad y costumbre.

¿Quién, entonces, revivirá el arco de la gratitud
si en un éxtasis las campanadas ya no vuelven,
si un beso inicia un año y da su adiós al otro?

Si del hoy al hoy solo existe un segundo,
yo quiero ser memoria.






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