«Él había descubierto en su interior un horror y una soledad crecientes. La idea de comer solo le asustaba: a menudo prefería hacerlo con personas que aborrecía. Viajar, que en otro tiempo le había encantado, le parecía, en último extremo, insoportable, algo con color pero sin sustancia, una caza fantasmal tras la sombra de sus propios sueños.
Si soy esencialmente débil, pensó, necesito un trabajo factible. Le preocupaba la idea de ser, después de todo, nada más que una mediocridad con facilidad de palabra, sin contar siquiera con el aplomo de Maury ni el entusiasmo de Dick. No querer nada parecía una tragedia, y sin embargo quería algo. En ocasiones, durante breves instantes, sabía lo que era: una senda de esperanza que le condujera hacia lo que consideraba una inminente y ominosa ancianidad.»
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