Hay barcos que ya no me visitan,
olas sin nombre que olvidan el regreso.
La lentitud descubre el eje de las tardes
bajo toldos de invierno.
Mi juventud alumbró las flores del cansancio,
su esfera múltiple, su resplandor en atrios de bienvenida,
su máscara como episodios de lluvia
y abril.
Hoy que admiro la patria inscrita en mi raíz,
observo las latitudes donde la hombría hizo surco
o venero la insensatez de la inútil amistad
o imploro por la nieve que nunca vi
en los ojos oscuros del mediodía.
Sí, las razones sobreviven a la astucia de los años,
su cascabel aún suena alegre entre trópicos,
ríos, aguas que no fluyen, incendios del deseo
y la noche.
En el mercurio de la finitud
los jardines sobrevuelan el miedo
con las alas del perdón y el azul de las horas
que han pasado, sin querer,
sin asomar su vientre
en la conciencia de este adiós
que masculla la insolencia del tronco añejo
como un tótem
en el horizonte gris de lo ido.
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