domingo, 24 de enero de 2016

La ciudad negada


Ya no respondo a la voz de mi ciudad,
ya no me llega el aire tibio
de su infancia.

Nunca pensé en los cielos grises sobre los tejados
o en la luna dilatada
invadiendo el margen de los auspicios
como una lechuza vieja.

Podría el corazón ser corazón
desde la costumbre de las aceras,
sintiendo el paso olímpico de la juventud
y el amor.

¿Cuál es la hora del sentir,
en qué espejo inmóvil
la magia de los candelabros
-tras la medianoche-
cuando las verrugas se esconden
y un solo de jazz escribe en la piel
sus incógnitas de rubí,
su atmósfera subyugante
de mariposas y acantilados?

Detrás de tu ardid mi sueño es azul,
en los laberintos
la caliza se vuelve caparazón inservible,
romántico renacer de un desengaño.

Conozco mi casa,
por eso su luz de ámbar
me indica en qué lugar estoy
dónde la imagen que se excita,
lentamente y sin invierno,
solidificada en el añil del tiempo futuro
ante la febril estatura de mi convicción
o mi muerte.

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