En el rastro de la humedad mi corazón pervive.
Cada noche el agua es un cromo sin regreso,
un arco iris dulce en mis ojos sin mar.
Sé del camino
donde los soportales sueñan místicos arrobos,
sé del color perdido entre hojas de acanto
-la luna atisba como un círculo vibrante
en la coruscante niebla de la luz-.
Y prosigo con mi collar de sueños
hacia la incombustible desidia del perfil,
entregado a las guirnaldas
que no pueblan el misterio.
¡Ah! ¡si! la música y sus secretos,
la claridad de los vocablos
entre risas
y el duro ejército de las mesas,
la sonoridad agreste del invierno
retumbando en el licor
que pervierte la melancolia
con rojos labios de desdén.
Y continúa
el devenir inconcluso de las gotas
con su pálpito de ángeles mojados;
y continúa
el lloro de mi impermeable azul
sobre la luz gastada.
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