Un día es otro día en el espasmo infantil de la aventura.
Pero, luego, la verdad de los cabellos postizos, el impulso
que había guardado su secreto cinturón de argucias.
Su compañía de botines rojos, sus labios que no
pronunciaron el sueño.
La atmósfera que fue criando una telaraña de espejos
en los días del pánico.
La dulzura se abre en los dedos del mapa
como un ejercicio de títeres, piedra y cosmos
en los párpados de la inocencia.
¿Quién abrió ese estrépito de cortinas y fuimos ola y calor,
bares en penumbra, cines o universo, flores volando
en las hojas caducas, ilusión que redobla su ejército
de campanas en la historia más triste?
Porque el futuro olía a dibujos animados o quizá a rumores
que el palpito de un molino alimentaba, lejos del paisaje
de las fachadas sin rubor.
Muy próximo el soliloquio de este hombre que siente la cruz
de los ojos esquivos en la memoria gris de la lluvia.
¿Y la respuesta enternecida de nieblas, sin el sonoro
argumento de un jazz inoportuno o un maquillaje o un tallo
prematuramente infantil?
No sé, en este hogar donde el alcohol mide las frases del tiempo,
tal vez no se admita la caricatura o el refugio de la máscara.
Hoy disculpo el perdón, aunque lo niegue.
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