La noche dentro de la noche es un águila herida.
Avanza el futuro con el metal en los labios
y los ojos blancos del albor.
Suben los fantasmas a su pedestal y en los soles
de mi auto los reflejos calcinan la seriedad de un mensaje,
el devenir triste de las cigüeñas.
¿Imaginas hoy los ríos que descubrieron tu estatua aquel verano
de piedras grises y altas ermitas sin nombre?
Los labios no se dibujan en la madrugada joven, el silencio
llama a las estrellas mientras el asfalto cuece su latido
en tiritas de marfil.
Allí esta el sur, la siembra que transita elíptica
como un mar de oro.
Pasan los pueblos como gigantes de adobe, sus casas se acurrucan
en la frenética cicatriz de las horas.
Quisiera ser el animal que prende la luz en el mediodía inacabado
del rumiar y la sierpe.
Benditos los árboles y la arcilla, bendita la cruz y el molino,
las encinas y los tortuosos olivos, la arena blanca
que de pronto amanece en un círculo, el cielo y su azul
como un faro que entretiene mi dolor.
No poblará el candil la noche oscura. Cuando la sed de los laberintos
nos diga que si, los rumores de tu piel vibrarán como llave o penumbra
de no sé qué tiempo o país.
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