La gracia del ave no te es ajena. El roce
de las extremidades es un canto limpio
que vulnera la luz. Acuclillada, como
una diosa extraña entre marinas, aún
conservas la magia de las amapolas.
Hay en la sonrisa que cruza tu adiós
un oro sin faz. Se filtra el ansia del nailon
en los pechos húmedos, los acaricia,
los invade como un sol diminuto.
Admiro tus rizos de medusa alegre,
el baluarte de tus caderas, los ojos
ingrávidos del mar en el iris abstracto.
Sólo fue un agosto de playas dormidas,
junto al sueño de las terrazas o el dulzor
imposible de los equinoccios.
Pura belleza.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jesús, por pasarte por mi blog y dejar esas amables palabras. Un abrazo.
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