sábado, 17 de noviembre de 2012

Noches de vino y rosas

Para un cuerpo joven no existe el pasado.

Entre la lluvia, con los abrigos que un día
pesaron sobre otros hombros, con el sabor
de una mirada que no se siente vieja.

Así la ilusión se vuelve niña y un cándido gesto
de manos abiertas abraza el vacío como un don
oscuro.

El equívoco llega con la palabra, cuando el bar
huele a música y las tazas sobre el velador
aparcan su sombra como si fueran sueños
dormidos.

El regreso, entonces, es un hermoso canto de soledad,
mientras las piedras nocturnas agudizan su oído
de brujas en guardia.

Soy estatua, sí, porque mido el latir del frío
y retoco los espejos(ya no miran sino que son mirados)
a la espera de que un antiguo film me transporte a otro lugar
sin memoria.

Resulta fácil, comprender la carta de los menús blancos
y dialogar con los labios enfebrecidos, y sentir un eco
de luna en los párpados de la ciudad.

Se filtra el agua como una gota que en su eternidad
no midiera su dolor infame.

Quedan años por vivir, años que desconozco, toboganes
sombríos y verbenas de luz, playas que van creciendo,
cielos por conquistar.

Vida al fin camino de la muerte, de otra muerte que ya no soñaré.







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