La ciudad, al fin, calla. Llega el mensaje con la voz
roja de la incredulidad. Guardo el libro que me hacia
imaginar teoremas sobre el sexo, guardo también
mi nube sin rostro entre las sábanas del hotel.
¿Por qué esta ceremonia si sólo se trata de la muerte
que golpea una vez más en la tibia luz? Es trágico,
lo sé, ese dolor de piedra que se convierte en vegetal,
planta omnívora sin resplandor, opaca como
un sol frío que avanza igual que un diluvio
de locura. ¿Qué sentido tiene entonces el triunfo
del amor? Yo no busqué el desnudo de la carne
pero allí estaba su entrega. Hoy, desde la
perspectiva del tiempo, me cuesta entender
la razón de aquel extraño equilibrio cuyos
mimbres fueron la blanca luz y la oscuridad.
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