martes, 20 de noviembre de 2012

Dicen que el amor nace del misterio

Es tu cara un árbol sin nombre.

Y tu cuerpo mil doctrinas que se opacan.

Hay en el sabor limpio de los cristales
un eco de oxímoron y crepúsculo.

Mira los silencios de la ciudad, la lluvia sin memoria,
los oídos tristes de la campana.

Hay un tren en tu sonrisa, y un libro sin regreso,
y también dos escalones vencidos cuyo candil
ambicionas.

Háblame como si fueras el muñeco de tu tempestad,
aúllame porque el sonido escapa entre cables azules
y un sordo rumor nos atisba.

Hoy has elegido el caballo gris. He visto los horarios
que fingen ser raíles y tu sombra que danza sobre
la luz.

¿Quién adivinará los círculos del agua?. ¿Quién espantará
el dolor de las estrellas con su púlpito de fragua
y su suvenir amargo?

Me basta la amenaza de tu ser, los quilómetros que inventa tu latido.

Me basta el devenir de las ciudades, los juegos en el parque,
la paradojas de un film insólito.

Siempre serás la victoria fría de un eje sobre otro,
el inútil gesto del invierno, la locura del enigma.

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