Así parte el cuerpo y cumple el principio no escrito
de la deriva, recurrir siempre a la memoria de los pasos,
el corazón y el pensamiento en orden bajo el frío,
la tibieza o la canícula hostil, como un pájaro autómata
recorre el surco ya ahíto de un cielo breve, lo mismo
que la noria circular donde la partida es el regreso
en actitud poco heroica porque cautivo de la indócil sed
de los amaneceres va enfilando el túnel abierto al sol
o a lo gris, viajan el vestido, la piel hacia la sombra
de un punto cardinal; el caminante no ve el rebaño,
el rebaño son las huellas que en el suelo brillan
como luciérnagas sin patria de una noche que
durará lo que duren los días que le resten por vivir.
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