miércoles, 15 de octubre de 2025

Bruselas

 

La redondez metálica de los globos

y la urdimbre como vísceras grises al sol.


El artificio real de lo mínimo entre la hojarasca del otoño

y las sombras que aún invocan a la cruel

magnitud del imperioso afán de poseer

el corazón virgen de la inocencia.


Pero hay otro bosque con laberintos de cristal,

reflejos de la luz en las fachadas de un iris confuso.


Vacíos pedestales de silencio entre columnas

sin memoria, banderas infinitas que no mueve

ningún viento, automóviles como ataúdes

donde viaja la avaricia de los ministros.


Y, sin embargo, está la música honda del trovador,

su estatura también es negra, en su rostro

los mil pájaros del sentir son una verdad dulce

de sílabas heridas.


Tras el rumor del tránsito la galería donde el lujo

no anochece, y después la canción del agua,

el festín enmascarado del niño

hoy de poncho, espuela y sombrero de paja

que licua el aire con el arco

traslúcido de su orina en flor.


Por fin la joya dorada y azul, esos lápices hermosos

que izan sus puntas como si fueran a escribir en la luz

un epitafio gremial de anacronía infeliz.


Es la plaza que reverbera bajo el flujo eterno de los relojes

y la sed olvidada de las palomas.


Alguien dejó su vómito sobre los adoquines

y en la mácula vi el perfil de un país de África

al que llamé

horror.













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