Yo te quise antes de que nacieras,
el mismo reloj en la fiebre de los latidos,
la misma razón en el bulbo de un pensamiento,
los pasos,
tú en el frío,
yo en la onda del mar,
la osmosis de los cuerpos es un grito inaudible
donde amanecen los pájaros.
el mismo reloj en la fiebre de los latidos,
la misma razón en el bulbo de un pensamiento,
los pasos,
tú en el frío,
yo en la onda del mar,
la osmosis de los cuerpos es un grito inaudible
donde amanecen los pájaros.
Tuvo que ser la edad una guirnalda,
en la memoria de la luz somos los cisnes perdidos en el cielo de Yeats,
los dioses fugitivos de Byron,
el horror de Shelley bajo el relámpago.
Pero llegaste con tus hombros azulados
y ese imperio del junco
que te alza y no deja
que el aire te roce con sus besos de nube.
Era verde tu canción,
tu canción muda escrita en los iris,
era la lágrima del adiós
un músculo humedecido por la tristeza del silencio.
Tu mano es la mía,
en un viaje sin alas se pisa el sudor de la tierra,
la raíz de los árboles,
la luz sin regreso
en los poros de una piel que sobrevive a los veranos.
Te doy mi callada lengua para que llore en tu vientre,
te regalo mis miedos porque sé que tu voz es un ejército de amapolas furtivas
que dona un rojo a la frialdad de los carámbanos
hasta encenderlos con sus alfiles duros,
así el diamante que fulge en la noche.
De pronto me has mirado
y yo he visto en tus ojos jardines en un púlpito,
oasis sin desiertos,
álgebra sin números,
solo un puente de tablas desnudas,
lianas débiles;
abajo se precipita el futuro.
Pero a quién le importa el futuro
si aún nos desconoce.
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