Las cosas pequeñas están quietas, no guardan
historia ni cuando la luz se posa en su latido.
Hoy desnudo de insensatez los cajones que poblé,
las vitrinas solemnes donde se agolpan objetos
sin sentido (pues no tiene sentido el significado
que solo es ayer en la consciencia que vislumbra);
polvo etéreo en las repisas, cristal que una vez
fue un ojo transparente o un corazón diamantino,
vajillas de dibujos como mapas, dibujos de honras,
de exaltación, de sendas que se iniciaron al juntarse
los labios en el día exacto del amor. Quiero que mi
fe cure cualquier herida amortajada entre las rendijas
de este mosaico de cosas indescifrables. Quiero la
ceguera de ausentarme de la memoria que invoca
su corporeidad, el desdén carcomido de su palabra
muda, o el gesto hierático de su condición metálica,
rocosa o de madera raída mientras entran por el umbral
de mi jardín nuevos cantos, ríos de virginidad, pájaros
que no conozco, hasta la costumbre que empieza ya
a forjarse al sentir esta ola de futuro que me convierte
en un extranjero que ha olvidado su origen y su patria.
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