Es fértil la luz que asoma. Su burbuja
enciende la esquina del mármol, el
dulce suceso de rememorar la ingravidez
de una fotografía, la dureza pulida
de los muebles, el frío exacto
donde los armarios guardan
la imposibilidad de los sueños,
de la razón y del olvido. Amanece
y cada átomo de la pared recibe
el murmullo del día, un racimo
de claridad se acomoda entre
las sábanas, reproduce el blancor
abstracto de los espejos, desdibuja
el bostezo que hereda la quietud,
late en el insomnio grácil del porvenir
hasta volverse tú y yo en la caricia.
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